La observeba con cautela desde la esquina de aquel sofá rojo. A pocos centímetros, podríamos llegar a decir que casi rozándose, estaba ella. Sostenía una copa de vino tinto en su mano derecha.
Un pensamiento tras o otro, sentía el olor a miel de su pelo, que se caía lentamente sobre los hombros de su esbelta figura.
Y ahora, él esta solo, sentado, esperando el tren. Tal vez hubiera preferido no perderse ni un segundo de aquella historia, pero no soy quien para decidir.
Supongo que en un abrir y cerrar de ojos las cosas se torcieron. Los besos se esfumaron. Y los buenos momentos quedaron olvidados en esa copa de vino, de su mano derecha.
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