Dudo que pasaran poco más de unos segundos. Nuestras miradas se cruzaron. Su mirada era penetrante, contenía una mezcla de rabia y lujuria con signos notables de cobardía.
Tengo miedo. Soy incapaz de dormir. Sus ojos sigen clavados en mi mente. Un escalofrío recorre mi cuerpo como un frenesí.
Manos gélidas. Supongo que elegí la oscuridad en lugar de la calidez.
El chico de la mirada perdida me ha enseñado que nuestras acciones no son las que nos definen, sino nuestro compromiso con ellas.
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