No hablo de excepciones, sino de realidades, porque "cuando el tiempo nos separa los recuerdos nos consuelan"
El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Y yo, con este blog, decidí hacerme esclava de mis palabras, y apartar el silencio.


Seáis bienvenidos, seres únicos.







lunes, 29 de diciembre de 2014

Veintinueve de diciembre.

De repente, todo está patas arriba. Tu te has ido, allí, donde aún sigue siendo verano. Y yo, aquí, mientras el reloj va consumiendo las horas, pensando como reducir la realidad a un simple tachón en la pizarra. 
Está claro que cuando uno se va, el que se queda no consigue deshacerse de la ganas de volver. Como si para rescatar lo que se ha muerto no se necesitase más que mirar fijamente una fotografía y, luego, cerrar los ojos. De repente está todo patas arriba, y hay crisis, y hay guerras y esta mañana ni siquiera recordaba que ayer me prometí cambiar las cosas.

Pero, que no se me olvide cicatrizar. Ni el cómo era yo,  antes de ti. Porque también tengo una bala en la recamara, esperando a ser disparada.

Ya no recuerdo la última vez que estuve completa, ni siquiera sé si lo he estado. Siempre he sido la mitad de un algo que no es nada si no me dices que soy yo a quien has estado buscando todo este tiempo. Porque para estar perdida a veces no se necesita más que estar en un lugar donde las personas que hay no te necesitan. Y estoy aquí, perdida, y no me necesitan.
Pero, era lógico, sí. Ni siquiera te lo reprocho, sólo duele. Simplemente. Hasta en el sótano de lo horrible, donde pensé "esto es todo, el límite", había un piso más abajo. Y bajé, y allí tampoco estabas tú. Supongo, que entre cicatrices y vacíos, la posibilidad se olvidó de volver a juntarnos.

Llega otra noche de precipicios,
y esta, con nombre incluido.

Un veintinueve de diciembre.