Algo ha cambiado, será el otoño. Que las calles se tiñen de melancolía, las farolas ya no reflejan tu sombra, los sombreros cubren miradas incautas, y la lluvia borra las pisadas de los extraños. Puede ser que las nuestras también, cariño. Lo mejor será que nos quedamos donde estamos, embriagados de dolor y aún pudiendo movernos, sin avanzar. Como quien intenta trepar en contra de la gravedad. O medir la distancia de aquí a tu boca, sin las facultades necesarias.
¿Y si te he olvidado pero aún no te he dejado de recordar? Tal vez ese sea el problema. El seguir contando los cigarros y los besos que dejamos pendientes. Reciclar, destruir, o reducir, como al fumar, a cenizas, todo lo que un día salvábamos mientras nosotros nos dedicábamos a morir.
Porque olvidar es como cruzar las calles con los ojos cerrados y el semáforo en rojo, deseando que, con suerte, puedas llegar vivo al otro lado.
Y dirás: "esto es tan bonito, que duele". Y te sonreiré mientras hago las maletas. Porque, cariño, nunca supiste leerme los labios, e hiciste que el reloj marcase la hora demasiado tarde. El tiempo nos consumió, poco y a poco, y ahora, esperamos un tren que nunca llega, en el mismo andén de siempre.