Éramos un montón de fotografías sin dueño, miradas sin rumbo, brújulas que ya no marcaban el Norte, carreteras que huelen a despedidas, bailes a solas, cicatrices eternas, y preguntas que esperaban ser contestadas. Suena irónico, ¿Sabes? Hoy he aprendido a contar las caladas que doy hasta volver a hacerme las mismas preguntas, donde monotonía se vuelve un claro antónimo de la evidencia, y la claridad. Porque y cómo. Hasta cuándo y porqué. Y entonces se me agota el tiempo, y el aire, por escasos segundos. Y se me "nos" hace demasiado tarde, a mi, a "ambos".
Me voy a dormir con la presión de ese que sabe que deja para mañana lo que tendría que haber hecho ayer. Es un vicio, como la nicotina, quejarse de la herida antes de que duela. Echar de menos algo que nunca tuviste. Pensar que ya no te ama alguien que nunca te quiso. Tengo la sensación de que todos esos ojalás, se han convertido en nuncas. He olvidado a conjugar los verbos en presente, al igual que a contar los días en el calendario, o adivinar el número de roces antes de un beso.
Y es que, hay personas que te rompen, pero no del todo. No del todo. Y eso es lo que termina consumiéndote. Porque al final, acabas necesitando a ese alguien, más de lo que puedes necesitarte a ti mismo. Y de nuevo, una recaída.
Es como si tu imagen se distorsionara en el agua. ¿Puede la vida ser vida sin nadie? Escuché una vez que la felicidad sólo es real cuando se comparte, y quizá sea verdad. Me gusta pensar que sí. Pero es tan difícil, en estos tiempos, encontrar a una persona que quiera oírte. O que sepa hacerlo. O a lo mejor el problema es que nosotros hace mucho que no hablamos de lo importante. Que hace mucho que no abrazamos con los ojos cerrados, como si salvásemos a alguien. Que hace tiempo que no dejamos de querer arreglarlo todo, en lugar de desear dejar de romperlo. Nos perdemos constantemente en el mismo sitio en el que estamos. ¿Quién dijo que los laberintos no podíamos ser nosotros mismos?
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