No sé cuantos cigarros llevo desde que dejé de fumar, ni cuantas canciones he reproducido en silencio, ni cuantos insomnios me ha provocado el pensar en la manera en la que terminó todo.
Se humedecen tus ojos. Las despedidas siempre te han puesto triste. Un domingo, por la noche, cuando menos te lo esperas, te dice que se os ha hecho demasiado tarde y que tiene prisa. Y que no puede esperarte a que hagas las maletas. Y como no, todo se te viene abajo. Lloras sin derramar lágrimas, claro, hace tiempo, mucho tiempo, que perdiste la capacidad de romperte hacia afuera. Y eso te ahoga. Te consume. Como un vaso que llenas hasta arriba y no desborda. El cristal se agrieta por la presión, pero nunca se rompe. Nunca.
Y un verano, consigues que ese agua entre en armonía con tu entorno. Y todo ello, porque ya no sangras esperanzas, desesperado. Porque ese alguien ha conseguido rebajar el agua del vaso. Porque ese alguien, aún en un escaso y limitado periodo de tiempo, ha sido capaz de cerrar las grietas que angustiosamente evitaban que el agua redujera su cantidad de manera favorable.
A veces salgo corriendo y lo dejo todo a medias, pero tarde o temprano vuelvo y me encuentro con la misma mierda. Nunca debiste mirarme de aquella forma, como si me salvases. En el fondo ambos sabíamos que todo eso tenía fecha de caducidad, pero no nos hubiese importado intoxicarnos de habernos alimentado, a besos, cuando ya no era conveniente hacerlo.
Y gracias a ese verano, incandescente y fugaz, efímero y pasajero, y a esa persona, terca y cariñosa, he aprendido a contar las caladas que me sobran, las canciones que me ayudan a sobrevivir, poquito a poco, y a soñar despierta, tal y como dijo Buesa.Ya que, "La noche entera es corta para soñar contigo, y todo el día es poco para pensar en ti".
Y así de rápido pasó todo, como un pestañeo o un taconazo sin fondo.
Me gustaría poder cantarle "Perfect Day", de Lou Reed, al oído, muy bajito, como si fuese un susurro. Como si fuese la brisa de otoño barriendo las hojas en un parque, a mediados de septiembre. Y una copa de Cava para endulzar el instante.
Me gustaba pensar que todo era un juego por si terminabas haciéndome daño. Era la forma que tenía de salvaguardar mi estabilidad emocional. Muy pocas veces lo conseguía. Y nos dijimos adiós, simplemente, un día, concretamente una noche, muy de madrugada, nos cansamos de jugar; de ir y venir; de querer abrazarnos y, no obstante, soltarnos cada vez más. Pero lo triste fue que estábamos tan acostumbrados a perder siempre que no lo intentamos de nuevo. Nos resignamos. Nos fuimos. Hola, distancia, ¿tú otra vez por aquí? Y le sumamos un punto al marcador de las esperanzas rotas, nosotros hace ya tiempo que perdíamos por una gran diferencia.
http://www.youtube.com/watch?v=Snf5vOAZrMM
No hay comentarios:
Publicar un comentario