Ella no se cansó. Parecía que las palabras se grababan solas en el papel, que la tinta de su pluma se deslizaba como cuando su par de patines rozaban el hielo.
Todos y cada uno de los días que el tiempo se lo permitía, le escribía una carta. Absolutamente todos. Parece mentira que aún los sobres continúen escondidos en el fondo de aquel baúl de madera. Todo lo que quedo por decir. Aún grabado en el más simple de los detalles.
Como un cigarro para un fumador; como ese último sorbo de ginebra para un alcohólico.

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