¿Que echo de menos?. Sí, eso mismo. La indiferencia.
Hoy he vuelto a hacerlo, mirar el móvil a la espera de un mensaje tuyo. Que incordio más insatisfactorio el de encontrar el cofre del tesoro que uno espera con anhelo, completamente vacío. O lleno de delirios. No me hagas demasiado caso, ya sabes que en ocasiones mi manera de paliar las penas, no es precisamente con una botella de ginebra.
Creo que quiero aislarme de momentos como este. En los que invades mi mente cuando la tinta del boli parece interminable y el papel en blanco está plagado de pequeños recovecos en los que los versos a altas horas de la madruga resultan eternos.
Quiéreme. O tal vez mejor, no lo hagas. Claro, quizás el simple echo de negar la evidencia se convierta en un camino relativamente franqueable para tu mirada. Esos ojos cálidos, capaces incluso de amansar a las fieras. Y ese olor. Esas caricias dibujando infinitos entre los lunares de mi espalda.
Que bien me conoces, parece mentira que por una vez el tiempo no haya cargado de bártulos cosméticos esas vagas visiones experimentales.
Perdóname por mi paciencia. Perdóname por haber creído escuchar tu voz otra vez. Mi mirada nunca ha dejado de buscarte, cada mañana y en sueños.

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