Me regalaste un corazón roto. Creaste amor incomprendido. Escogiste cara en lugar de cruz. Si el amar es algo infinito, tampoco deja de serlo el dolor. La tarifa de aquel cabrón que te deja en bancarrota el corazón después de tantos susurros, detrás de tantas sonrisas fingidas. Hay tantas cosas que me callo, tanto dolor aquí adentro, que a veces, sueño con salir de esta puta encerrona, y recriminártelo. Contar cada una de las lágrimas al revés, de izquierda a derecha, perdiendo el Norte y el sentido del horizonte. Echarte en cara todas estas noches en vela, recordarte el remordimiento y la angustia de ser una marioneta, reprendiéndome a mi misma el no haber tenido más cuidado.
Y creo cosas maravillosas a partir de una sonrisa que te vi lanzarle a otra, como imaginándome siendo aquella que a lo mejor olvidó a qué sabían tus resacas.
La soledad no sería un problema si no les hubiese enseñado a mis canciones favoritas a recordarte. Pero qué coño puedo hacer, la vida me parece una cama demasiado grande para que la caliente únicamente un cuerpo. Ya me pesan los días y las horas me conducen al más dulce de los delirios.
"Ten cuidado con tu tristeza, que yo siempre me enamoro de aquellos que no sonríen".
Me trago el humo como aquel que besa en una despedida, queriendo no marcar el lugar del asesinato. Pero es que es tan difícil saber lo que quieres, y tan ridículamente fácil encontrar a alguien con quien desear hacerlo, que tengo la sensación de que lo he estado haciendo mal todo este tiempo. Llámame suicida, porque arriesgué antes de tiempo, y ahora estoy aquí, entre las sábanas manchadas de impotencia, bebiendo vino en una copa de promesas rotas, contando palabras y midiendo silencios.
Y que contradictorio se vuelve todo en una noche, cariño.
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