Pero creo que a estas alturas de la vida ya hemos muerto demasiadas veces.
La historia de mi vida en la pared de mi fría habitación. Porque, te juro, que el tiempo no pasa si tú no estas cerca. Te juro, que ya llevo dos inviernos sin que el verano se asome por esta ventana. El vacío y la soledad como droga y semáforo que evitan un golpe en seco. Y de nuevo, el símil, como mi figura retórica favorita, después de ti.
Sé que no soy lo que necesitas, pero ojalá fuera lo que quieres. Te transformé en mi octava maravilla, lo sé, y las otras siete sentían envidia.
¿Por qué? ¿Por qué sigue tu sombra ahí, parada, perpleja, burlando mi capacidad de olvidar? ¿Por qué no vaciaste los cajones de recuerdos y los bolsillos de mis pantalones de caricias? ¿Por qué, no, simplemente, evitaste que los escombros de la unidad que algún día formamos ardieran antes de volver a salir a la luz? Porque, como tú y yo ya sabemos, todo vuelve, y nada pasa. Porque, como deberíamos saber ambos, los kilómetros saben pegar donde más nos duele.
Intentamos mantenernos estáticos ante una realidad que se nos escapa. Mudanzas físicas y emocionales que hacen de este Noviembre el más frío de todos.
Yo que sé y hasta cuando habrá que despertar, abrir los ojos, y ver tu ausencia. Abrir los ojos y cerrar fuertemente las manos alrededor de todas esas ganas que tengo de que las cosas mejoren algún día. Algún día, cuando deberías ser tu. Y tú, cuando no deberías haber sido nunca.
Te juro que algún día aprenderé a dejar de memorizar los pasos en falso hasta coincidir con una casualidad. Una casualidad que descargue armas y cierre distancias, cariño.
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Me encanta! precioso
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