No hablo de excepciones, sino de realidades, porque "cuando el tiempo nos separa los recuerdos nos consuelan"
El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Y yo, con este blog, decidí hacerme esclava de mis palabras, y apartar el silencio.


Seáis bienvenidos, seres únicos.







domingo, 21 de junio de 2015

Y yo no sé si para siempre, pero si por ahora.

Lo que es bonito, es empezar el verano con quien terminaste el último.
A ratos creo verte sin mi, a ratos me gusta imaginarme en tu pasado y pensar que nos cruzamos en algún charco sin darnos importancia. Como si llevásemos pegadas las ganas de un "sin ti", pero con un "contigo" entre líneas constante. Como cuando éramos lo suficientemente fuertes como para cerrar la puerta, pero demasiado débiles, como para echar la llave.
Ojalá fuera capaz de transmitir el tacto de tu pelo, cuando me dejas enredarlo entre mis dedos, y de repente han pasado dos horas, y de repente llevo dos horas a ras de sueño. Te diría, que cuando me miras en tono serio, yo te miro con tono yo, que viene a ser jodidamente enamorada de todos tus tonos. Y no voy a hablar de tu nuca, de tus ojos, de la envidia que me dan tus uñas cuando te las muerdes, o del verso más bonito que jamás me había dedicado nadie. Hasta que llegaste tú, te armaste en forma de poca luz y besos, y me dijiste las dos palabras que no han dejado de sonar en mis silencios.
Y yo también te quiero, vida mía, pero jamás seré capaz de escribirte cuánto, de qué modo, ni hasta que punto. Porque para eso necesito tenerte enfrente, dejar la poesía a un lado, y decirte con todo, menos con palabras, que desde que estás en mi vida, la vida envidia mi suerte, y la suerte se ha instalado por completo en mi vida.

"-Y que pasó entonces.
 -Pasó un hombre.
 -Pero que pasó.
 -Que era de los que nunca terminan de pasar."

Y no sé si me entendéis.
Porque contigo el vértigo es no saber estar a la altura. Tan delicado e invencible como una canción sin letra. Porque te pienso querer como no me han querido nunca.
Que yo no sé nada de la vida, y mucho menos del amor; pero quizá tenga algo que ver con saltar al precipicio sin esperar siquiera que te crezcan alas mientras caes, porque basta con que te mire para volar. Con que llegue, te abrace, sostenga tu mundo y por un segundo haga que dejes de temblar. Con que sonrías, de verdad, como si nunca antes hubieses tenido motivos para llorar. Con que te mire y suspire. Con que te coja de la mano, luego sonría, y ya no sean ganas de vivir, sino de morirte nunca.
Y es que hay personas que jamás deberían acabarse.

Porque te quiero lo suficiente,
como para dejarte ir,
pero también lo suficiente,
como para dejarte volver.




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