Me cogía de la mano tan fuerte, que allí, entre nuestros dedos enlazados, se creaba un espacio de gravedad distinto. Tú, y ese pronombre, el segundo del singular, el que de repente, no quise usar con ningún otro. Aceleran sístole y diástole. Y entre sábanas, clavículas, y otras esdrújulas, perdí el Norte, y cualquier otro punto cardinal que no llevara tatuado tu nombre.
Porque no se aprende a ser valiente, al correr por delante del miedo. Y entonces, marinero pronostica tormenta.
Pero el caso es, que cuando te conocí, entendí a aquello que dicen de que no sabían despejar esa ecuación cuya solución era, según la teoría, acabar a un golpe métrico sobre tus labios. Que cuando me dices, eso de que "que bueno es sentirse querido, verdad?", se paralizan todos los relojes, y tú, te conviertes en la medida de mi tiempo.
A ti, mi acorde imposible: que llegaste a mi vida un mes de Mayo. Y seguramente mentiría, si ahora mismo dijera, que no me enamoré de ti, desde el primer segundo en que te tuve enfrente.
A ti, que no te quiero inmortalizar en unas cuantas palabras bonitas.
Y nunca entenderán mi necesidad de pellizcarte, solo para recordarme, que eres una realidad. Esta manía mía de no acostumbrarme a verte inmiscuido en mi mundo, que lo transforma todo, en la rima más perfecta, que jamás he escuchado.
Y no me importan los continentes, si tú, eres el contenido. Deberíais ver su espalda, es sin duda el mejor cuento para dormir que conozco.
Una vez, me hablaron de la complejidad de los abrazos, de lo difícil que resultaba que dos personas encajasen perfectamente en uno de ellos. Y no se muy bien como explicar esta parte, pero los puzles nos miran desde la mesa, embobados.
Porque superas a cada segundo, las perspectivas que tenía de ti.
Y todo ello,
para darme cuenta,
de que no existe mejor futuro,
que el de conjugarte en mi presente.
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